sábado, 4 de agosto de 2007

Razón No. 2 - Caminos del Inca


NO! Están bien equivocados! El problema marital no era el shopping!

Es cierto que nos conocimos en el gimnasio, allá cuando en mis “late-very-late 20´s” tenía los abdominales marcaditos; pero luego de unos años – unos cuatro diría – por cuestiones de trabajo, salud y estudio, llevaba cerca de tres años sin entrenarme. Sin embargo, un día se nos ocurrió ir con unos amigos a las Lomas de Lachay y mientras dos parejas preparaban parrilla y tomaban vino, nosotros con otra pareja, cargamos una botella de agua y nos fuimos a recorrer el circuito entero.

Quedé fascinada con el trekking! Ya me sentía bien y disponía de tiempo, así que sobre el mismo sendero planificamos nuestro próximo e inmediato viaje al Cuzco para recorrer – mismos Chasquis – los caminos incas.

Mi ex, como antiguo aventurero (una de sus mejores cualidades) había hecho ese recorrido y el de tres cruces en Huaraz hacía varios años (entiéndase dos décadas atrás). Hablaba como todo un pitoniso del trekking andino y su principal advertencia o condición fue: “Mira, yo he hecho los caminos del Inca cargando mochilas, carpas, comidas, cocina y ollas!! Ahora que es tan comercial y los “porters” cargan y arman los campamentos, lo mínimo que debes hacer es llevar tu propia mochila!”.

Yo, entre esposa enamorada y aprendiz de aventurera accedí rápida y “chanconamente”; y fuimos directo al depósito a sacar sus mochilas. Eran dos, ambas rojas con beige; una acolchada y otra con unos tubos de aluminio que nunca entendí para qué eran si no para torturar la espalda. Como es obvio, esa es la que me tocó. Por “yankempo”? NO! Porque él mandaba porque eran sus juguetes.

Acto seguido emprendimos la búsqueda de mis primeros trekking shoes, que finalmente fueron unos HiTek marrones, que debo confesar, nunca me fallaron; no como los Nike que compré al año siguiente en Ecuador por US$100 y que por ser mis engreídos siempre cuidé (digamos que fueron prácticamente citadinos). No obstante, la suela ya se ha despegado dos veces! (Quién me explica eso?).

Finalmente llegó el día y partimos al Cuzco. Luego de un par de días para aclimatarnos, a las cinco de la mañana emprendimos la aventura. Subimos con mochilas, trekking shoes y pañuelos en la cabeza al bus que nos llevaría al puente colgante donde comenzaría nuestra travesía. Ni bien subimos, nos recibió con una gran sonrisa su tocayo “El tejano”. Un médico traumatólogo, hijo de mexicana, que aprovechó su viaje al Perú para un congreso de medicina y emprendió la aventura.

Dios fue grande al poner a El Tejano en mi camino.... en el camino Inca.

Al inicio de la aventura tenía la adrenalina a mil. Con mi mochila y mi bastón me sentía una comando total! Conforme pasaba el día y más empinada era la ruta, aprendí la importancia de decir ¡NO! Nunca debí aceptar cargar la mochila y ojo que no fue por ahorrarme los US$ 35.00 que luego de ese día, más que feliz, pagué para que la carguen el resto de la travesía.

Conforme caminaba y avanzaba en el camino del suplicio, me dí cuenta que el dizque pitoniso del andinismo no me había dado ni las más mínimas indicaciones o “tips” para sobrevivir tremendo trajín! Fue mi querido amigo El Tejano quien más de una vez desanduvo lo caminado para ir por la oveja descarriada del rebaño: yo! De una manera muy protectora y paternal me explicaba: “La mochila debes ajustarla para que descanse en las caderas y no cargue tu espalda”, “Los zapatos de montaña deben estar más ajustados para que el tobillo y el pie ande más firme”, etc. Etc. Etc.....

A todo esto, dónde estaba no sólo el “maestro del trekking” sino además – por cierto - esposo mío? “Desconozco mayormente” como se dice.... o “Desconozco pormenores” como lo he modificado por parecerme que tiene más sentido.

Cuando terminó nuestro recorrido del día llegamos a una pequeña casa y acampamos al lado de ella. Viendo tal construcción pregunté al guía dónde estaban ... digamos.... los servicios (como dicen en las oficinas;) y él, estirando el brazo y girándolo en 180 grados, contestó: “En la naturaleza”.

Así terminó el primer día: utilizando los “servicios” del borde del río y con un dolor de espalda espantoso.

Dicen que todo nuevo día es una nueva esperanza y despertamos a las 4 de la recontra-madrugada para iniciar nuevamente la travesía que nunca imaginé sería la experiencia más frustrante de mi vida!.

El segundo día del camino Inca implica el ascenso a 4,300 mts sobre el nivel del mar para luego bajar las escaleras construidas por nuestros ancestros durante – digamos – unas, por lo menos, dos o tres horas más!!!

Es cierto que tengo muchas habilidades entre ellas los deportes y las actividades al aire libre, pero en lo que a estado físico se refiere, se requiere algo más que un pasado deportista y buena voluntad sobre todo a determinada altura. La falta de aire y mi pobre estado físico (ya que por el trabajo y el estudio no entrenaba cerca de 3 años) hacían imposible que el camino inca sea una tarea fácil para mí.

Cada vez que mi “dulce y querido” esposo se dignaba a regresar por mí me recordaba que todos me estaban pasando, que mujeres más jóvenes o flaquitas que yo cargaban sus pesadas mochilas, que era la última de nuestro grupo y bla, bla, bla, .... cuanto podía decirme para desmoralizarme aún más.

Caminaba y caminaba solo mirando hacia la cumbre de la montaña: el paso de la mujer muerta (4,300mts.). Debería cambiársele el nombre a “El paso de Lady in Blue Muerta”, pensaba....

Aunque esta vez sólo cargaba un canguro, llegó el momento en que sentí que las piernas se me doblaban del agotamiento y que iba a desplomarme! Me senté rápidamente en una piedra mirando hacia las faldas de la montaña para recién enterarme que no había nadie. Na-die! Son más de mil turistas los que caminan a diario y todos me habían sobrepasado. No había nadie hacia abajo ni hacia arriba. Estaba completamente sola! En el medio de la nada, a dos días de caminata en cualquier sentido y sin poder dar un paso más.

Comencé a llorar! Lloré y lloré desconsoladamente sentada en la piedra. No de miedo, de frustración; pero principalmente de soledad y tristeza! Y mi esposo compañero? Me enteré después que había llegado a la cima y brindado con los europeos de nuestro grupo con no se qué licorcito de esos que calientan y caen bien en el frío; y que ya había llegado al campamento, almorzado, departido con todos y tal vez hasta descansado.

Mientras lloraba me preguntaba si habrían ladrones, asaltantes o algo así por la zona; o si tal vez podía salir algún animal salvaje! En eso siento unos pasos y veo alguien corriendo hacia mí. Era el guía que había venido al rescate – supongo que de muy mala gana – de la “limeñita” como burlonamente me llamaba, traduciendo con ello, supongo también, el refrán “Gallinazo no canta en puna”.

Le expuse el hipotético caso que alguien se lesionara y pregunté cuál era la forma de escape estando a dos días de cualquier lugar, a lo que respondió que el medio sería un helicóptero. En aquellos días de yuppie mi inmediata pregunta fue: “Cuánto cuesta?” Su respuesta no se dejó esperar: “Dos mil dólares.” Tampoco se dejó esperar mi brinco para poner los pies en polvorosa.

En silencio alcancé la cima, no fui la mujer muerta y empecé a bajar una cantidad inimaginable de escalones incas hasta que a la mitad del trayecto unos porters - cual chasquis - venían trayendo los fideos que eran mi almuerzo. La “pascana” como llamaba mi abuelo a las meriendas de un paseo. Eran pasadas las cinco de la tarde.

Cuando finalmente llegué al campamento, mi esposo se dignó acompañarme a “los servicios” que eran unos de verdad. Ni bien salimos de ahí estalló una lluvia que más bien parecía una ducha para limpiar toda la suciedad del mundo (incluso nuestras almas) y lo único a lo que atinamos fue a refugiarnos.

Los porters prepararon la cena y la alcanzaron a cada carpa. Era una sopa de sobre con fideos, pero estaba bien caliente y eso era suficiente dentro de una carpa empapada. Es cierto que son impermeables, pero las paredes igual estaban mojadas y la humedad se sentía.

Entre el frío y el agotamiento tenía el cuerpo descompuesto. Me puse mallas, mallas de lana, buzo de plush (no existía o no conocía el polar en esa época), medias de carnero, guantes, chalina, chompa de lana y seguía tiritando de frío. Mi sleeping era de playa y el cierre estaba roto. No podía dormir de la hipotermia! Le pedía a mi esposo que me abrazara para calentarme y no lo hacía. El se encontraba entre la fila de mochilas y yo; yo entre él y la pared mojada de la carpa. Se limitó a justificar su negativa diciendo: “Me da frío sacar el brazo de mi sleeping”, que era de plumas por cierto.

A la mañana siguiente el sol estaba radiante y el paso de la mujer muerta lleno de nieve. El espectáculo era maravilloso! Me acerqué al grupo donde estaba mi esposo, el tejano y los europeos. Me saludaron y me preguntaron qué tal noche pasé. Les conté que tuve mucho frío y cuando aludieron a mi esposo, no sé si con venganza o con vergüenza conté lo sucedido. Cuánto habrá sido su remordimiento que cuando el tejano me dijo delante de todos “Hubieras ido a mi carpa, yo te abrigaba” – comentario por demás insolente frente a un marido – éste no dijo nada.

Ya lo peor había pasado y el tercer día pareció un pan (bastante) comido y culminó en un refugio que - aunque colectivas y de agua fría – tenía duchas!

Al comienzo del cuarto día mi único pedido fue disfrutar lo que restaba del paseo. Si quería caminar a mi lado, bien, en tanto me dejara ir a mi ritmo; si eso le molestaba, era libre – como ya lo había hecho – de seguir por su lado.

Hizo una buena elección y llegamos juntos a la puerta del sol. La experiencia fue espectacular y las vibras de Macchu Picchu nos invadieron. Esa escena de estar a lo alto y tener a los pies a la ahora maravilla del mundo es indescriptible. Justificaba todo el sacrificio y lo vivido en esos cuatro días. “Valió la pena...” (como canta Marc Anthony).

En cuanto a los “europeitos” de mi grupo y a muchos más de los caminantes, puedo decir que les hace falta clases de management. Fueron como una estampida durante la travesía como si se tratara de una maratón, para finalmente no poder llegar a la cereza encima del postre: Huayna Picchu. Aún recuerdo estar sentada en la piedra más alta, tener a la maravilla a mis pies y sentirme en la cima del mundo. Recuerdo que empecé a cantar una antigua canción de los Carpenters: “I´m on the top of the world looking down on creation ....”

Definitivamente los caminos del Inca son una experiencia maravillosa! La naturaleza, los paisajes, el aire puro, las montañas hacen que sea un plato que merece repetición. Mi madre y muchas personas que me escuchan decir que volveré creen que estoy loca luego de todo lo que padecí. Mi respuesta es simple! “El problema no es el camino, sino con quién lo recorres.” Pienso que lo mismo se aplica al camino de la vida.